viernes, 24 de diciembre de 2010

EL ALIMAÑERO

A partir del siglo XVI contabilizamos documentalmente las bonificaciones por capturas y muertes de lobos, tanto en nuestra región como en las comarcas limítrofes. En el año 1578, en los aledaños de Sierra Morena, en orden a la pragmática de Su Majestad sobre la asignación de un salario a las personas que matasen lobos, se estipula el pago de 22 reales por cada cabeza o camada que se presentara muerta. La misma política aniquiladora continúa en el siglo siguiente, si bien la cuantía a recibir por los cazadores aumenta considerablemente. En el área indicada se llegará a cobrar los dos ducados por lobo que se mate. Tal ocurría en el año 1610. Sin embargo, va a ser en el siglo XVIII cuando este tipo de capturas asalariadas tomen auténtica carta de naturaleza. Como ejemplo digno de reseñar, citemos el caso de Mérida. En 1708 el concejo de la ciudad pagaba once reales por cada lobo muerto. En la misma centuria, concretamente en los años 1772 y 1788, se emiten dos reales cédulas. En la última de ellas se regula para todo el reino la valoración atribuida a ¡as alimañas cobradas: cuatro ducados se paga por cada lobo; ocho ducados, por la hembra; doce ducados, en el caso de que se cogiera camada; dos ducados, por cada lobezno; diez reales, por el zorro y por la zorra, y cuatro reales, por cada miembro de su cría. Este dinero, según se estipula, habrá de ser abonado por las correspondientes Justicias, a las que previamente les entregarán la piel, la cabeza y las manos del animal muerto. La misma remuneración por alimaña capturada en el término de Torre de Miguel Sesmeros se consigna tres años más tarde. Todas estas bonificaciones irán en aumento hasta su total desaparición en la década de 1960. Todavía en 1957 los cazadores extremeños enviaban a sus respectivos gobiernos civiles las orejas de los lobos capturados. En tal fecha, según datos proporcionados por uno de estos alimañeros, recibían un “premio” de quinientas pesetas por el macho y una cantidad ligeramente superior por la loba.

Todas estas recompensas, a las que hay que unir el dinero que se recaudaba paseando a las piezas capturadas por los pueblos de la región, hizo del alimañero una auténtica profesión de personas sin recursos. La proliferación del oficio y la no siempre legal actuación de los alimañeros hizo necesaria la correspondiente regulación por parte del rey Carlos III, como seguidamente veremos. Un buen alimañero necesita una serie de cualidades: temple, valor, constitución atlética, conocimiento del terreno y, lo que es más importante, una “sapiencia” sobre el comportamiento de la fiera. El más famoso cazador extremeño de lobos fue Juan Bravo, un hurdano que hasta los primeros años de este siglo vivía en la alquería de Las Mestas, rayana con Las Batuecas (Salamanca). Era hijo de un excelente lobero y había aprendido de su padre, con quien cazaba desde pequeño, el lenguaje de los lobos, a los que imitaba con absoluta perfección. Las más importantes capturas las realizaban entre los meses de marzo y abril, es decir en la época en la que afloran las camadas. Padre e hijo trabajaban al unísono. Aquél llamaba a la loba, y cuando ésta salía del cubil Juan metía a los lobeznos en un saco y ambos huían. Cuando regresaba la loba y no encontraba a su cría, guiada por el olfato iba tras los cazadores fugitivos, que habían de defenderse haciendo una hoguera. Si la situación era crítica, la defensa se llevaba a cabo de una manera casi mecánica:

“... amparando la espalda en una peña, se enrollaba el capotillo al brazo izquierdo, armada la diestra con un cuchillo, y... aguardaba la acometida, presentando el capotillo y apuñalando a la loba”.

Con los lobeznos enjaulados, Juan Bravo se recorría la comarca solicitando alguna dádiva, especialmente de los pastores, “como premio por la destrucción de la fiera”. La media de su recaudación estaba en torno a los cuarenta reales, lo que ya constituía una fortuna en Las Hurdes de principio de siglo. Juan Bravo había aniquilado a lo largo de su existencia más de 218 lobos.

El citado procedimiento de defensa ante el lobo fue común en los hombres hurdanos, todos ellos alimañeros ocasionales. Antonio Calama recorre Las Hurdes en 1982 y nos relata en un artículo sobre sus impresiones viajeras un acontecimiento singular. Le acompañaba en su andadura un vecino de Las Mestas. Habían atravesado de noche el valle de Las Batuecas, y cuando se disponían a dar vista a la mencionada alquería les sorprendieron unos fuertes aullidos de lobos que se movían en las proximidades. El guía hurdano exclamó:

-“Abajaisus, siñol, que es el bichu jambrientu. -¿Qué bichu? -preguntamos sobresaltados.

-El lobu, el lobu -respondió Luterio, al tiempo que se rodeaba al antebrazo izquierdo su manta y empuñaba con la mano derecha un tosco cuchillo”.


Dos expertos alimañeros, que ejercieron su oficio en la vertiente sur de la Sierra de Gata, en tomo al valle del Arrago, fueron Víctor Morales y el tío Grillo. El primero de ellos se hacía llamar el “tío lobero de la Malena», nombre que tomaba del enclave en el que con más asiduidad practicaba el arte cinegético; es decir, el arroyo cacereño que discurre por tierras de Descargamaría. Las andanzas de Víctor Morales no cesaron hasta el año 1958. Según él mismo declarase, efectuaba sus capturas en la época de la cría, utilizando como única arma su inseparable bastón. Estos alimañeros imitaban los aullidos para, por medio de este mecanismo, conseguir la respuesta de la loba, lo que inevitablemente suponía el descubrimiento de la camada. Nunca los adultos les atacaron cuando les arrebataban los lobeznos. Una importante parte de su economía doméstica estaba ligada a la existencia del lobo y, en consecuencia, resulta lógico que estos "profesionales" loberos nunca pretendieran la total aniquilación de la especie. Portal motivo, cuando localizaban una camada, siempre dejaban algún que otro lobezno “para que no se quedara el monte sin lobos y nosotros sin oficio”.

Con los lobeznos vivos y con los lobos adultos muertos, estos alimañeros recorrían la comarca y, en ocasiones, se trasladaban hasta más de cincuenta kilómetros mostrando sus víctimas en cada población y haciendo la cuestación correspondiente en ayuntamientos y casas particulares; sobre todo, las habitadas por pastores, por librar a los ganaderos de tan temido enemigo. Aún recuerdo haber visto ejemplares de lobos colgados en el balcón del ayuntamiento de Ahigal y al alimañero a su lado, con la boina en la mano, recogiendo en ella las dádivas de los agradecidos habitantes. En muchos municipios, hasta los años sesenta, se contabilizan en la partida de los gastos los pagos o gratificaciones a alimañeros por sus capturas. A veces se daba la circunstancia de que los alimañeros paseaban la piel de lobo rellena de paja, consiguiendo pingües beneficios. Sin embargo, este tipo de exposición movió a la picaresca a más de uno, como sucediera con el hurdano Antoñón en el primer tercio del siglo. Este alimañero guardaba un pellejo de lobo, que solían lustrar con tocino, y con él, cada poco tiempo, como si de una nueva captura se tratase, recorría los pueblos de la tierra de Granadilla haciendo cuestación. Ante la reiterada presencia de Antoñón, los comentarios se centraban en que semejante lobo había dañado, los bolsillos más de muerto que de vivo.

*Escrito por Domínguez Moreno, José María

Atras en los años quedan los alimañeros que cazaban por supervivencia y no por gusto como ocurre hoy en dia, y que, como dice el escrito, no querian exterminar a sus enemigos pues al fin y al cabo gracias a ellos podian comer cada dia, mientras que hoy, por suerte cada dia menos, lazos, cepos y otros instrumentos maleficos se esconden en los montes camuflados entre hojas y maleza, esperando que, cualquiera, caiga en la trampa.Son trampas no selectivas que pueden no solo herir a zorros y lobos, sino tambien a personas(los cepos) mientras que los lazos pueden ahogar a multiples animales dependiendo de su tamaño: desde conejos hasta jabalies, pasando de nuevo por zorros y lobos.nos guste o no, es un asunto real, que ocurrio aqui, en España, como dice el escrito hasta los años 60 del pasado siglo.gentes que, sin otra manera de ganarse la vida, recorrian nuestros montes buscando a lobos y otros animales para una cosa simple: ganarse el pan de cada dia y sobrevivir. para sobrevivir matan igual que hacian sus enemigos.aqui dejo unas fotografias sacadas de la red.






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